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Hazte cuenta de que la felicidad es ahora.

El círculo

El círculo es la forma más perfecta que el ser humano ha descubierto a lo largo de la historia. No varía sus parámetros en ningún punto de su existencia. Se trata de un número infinito de puntos distribuidos a lo largo del espacio, y todos y cada uno de ellos dista de la misma manera de un centro imaginario establecido a partir del propio círculo. Dichos puntos forman una ilusión de figura que transmite perfección, que ofrece la ilusión de una linea que es totalmente inexistente, pues las rectas sólo son posibles como tales, como rectas. No existe forma más perfecta y más estable que la del círculo, cada punto es incapaz de alejarse lo más mínimo de ese centro que hemos creado de manera geométrica, y sobre un espacio que también hemos creado sobre un papel. Y la utilizamos en todo lo que se nos ocurre, aún sabiendo que la perfección no tiene cabida en nuestro universo. Es tan solo una ilusión, como tantas otras cosas perfectas ha sido capaz de crear la imaginación del ser humano, en un intento desesperado de creer que puede existir algo perfecto en medio de toda la imperfección con la que convivimos diariamente.
No existe el círculo, no existe la perfección. Sin embargo, creamos en ella, busquémosla, pues es bien sabido que cada vestigio de bondad se logra mediante la comparación con algo absurdo e irreal.

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La idea de la felicidad no es más que una unidad de comparación que las personas utilizan para medir cuán infelices son.

Fuego y palabras

            El 10 de Mayo de 1933, Hitler mandó quemar más de 25.000 libros de autores judíos o de izquierdas. Esa noche, con un inesperado entusiasmo, miles de estudiantes tomaron las bibliotecas y cometieron la barbarie. Los autores de dichos libros fueron hechos prisioneros o mandados al exilio, y un buen número de ellos conoció un destino mucho peor. Heinrich Heine escribió que donde los libros son quemados, al final también son quemados los hombres. La historia y la temible condición humana decidieron darle la razón cuando, no mucho tiempo más tarde, cerca de seis millones de judíos habían ardido en los hornos o descansaban en una dudosa paz en las fosas comunes.

            A lo largo de la historia, las quemas de libros se han repetido en muchos lugares del mundo, en países como Argentina e incluso España. No es de extrañar que aquellos tiranos, aquellos ideólogos mezquinos y ejecutores del desastre quisieran empezar por la palabra escrita. Porque son el vehículo de las ideas.

            Sin embargo, pese a que todas aquellas palabras ardieron y pasaron a formar parte de una columna de humo que no pudo hacer más que perderse en el viento, no desaparecieron las ideas, no desaparecieron los recuerdos. Sobre todo, no pudieron quemar sus propios actos, y cada vez que los hombres deciden llenar de mal el mundo, han de saber que detrás vendrán gentes que maldecirán sus nombres durante toda la eternidad. Que todavía queda un vestigio de bondad en el mundo, y que ninguna hoguera, por grande que sea, puede quemarlo.

El próximo jueves 5 de Mayo, podréis ver dentro del festival LGTBI Diversa '11, la obra de teatro de Olga Mínguez El atardecer de cristal, a cargo de la compañía Melpómene Dacria. Una historia sobre el holocausto nazi desde otra perspectiva, la de los homosexuales, que también sufrieron persecución, fueron a los campos de concentración y también fueron exterminados. Obligados a llevar un triángulo rosa para ser identificados, sufrieron y murieron a manos del nacionalsocialismo, pero pocas veces fueron recordados u homenajeados.

Humildemente os recomiendo la obra, en la que un servidor se pone en la piel de Johann Schultze, un oficial de las SS cuya única obsesión es saciar su odio ciego, como tantos otros hicieron, sabe Dios por qué...

EL ATARDECER DE CRISTAL de Olga Mínguez
Jueves 5 de Mayo a las 21:30
Sala cultural LA LLOTJA (Elche)
Entrada 5€ - A la venta en la taquilla de La Lllotja, Gran Teatro y Servicam

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Los psicólogos jamás nos pondremos de moda. Un psicólogo es una persona a la que tú vas a decirle que tienes un problema, y él te dice que el problema eres tú.

Mentimos

Voy a hablaros de las historias que más contamos y que más escuchamos a lo largo de nuestra vida. Me refiero, cómo no, a las mentiras. Las mentiras son un juego de niños y un pecado de adultos. Paul Geraldy decía que seducimos valiéndonos de mentiras y luego pretendemos ser amados por nosotros mismos.

Y es que el ser humano es un animal de mentiras. Mentimos para no hacer daño, o para que duela más. Mentimos porque no podemos soportar que la verdad sea verdad. Mentimos a los que odiamos y a los que nos dan igual. Y a los que más queremos, a esos les mentimos más. Mentimos porque en el fondo, queremos convencernos a nosotros mismos de que si creen las mentiras que contamos, es que podrían ser verdad. Mentimos para que nos escuchen, para que nos miren, mentimos para ganar. Mentimos porque la mayoría de veces las mentiras son bonitas, y lo que mata es la verdad. Mentimos para que nos quieran, mentimos para conquistar, y cuando ya nos aman… eso ya es un no parar. Mentimos porque nos gusta, para qué nos vamos a engañar. Porque cuando me mentías, yo sabía que mentías, pero me daba igual. 

Mentimos todos, no te creas, mentimos para soñar. Porque las mentiras son más creativas que la aburrida realidad. Mentimos a todo el mundo, y nos dejamos engañar. Mentimos porque es muy fácil, y se nos da genial…

            Y a veces, sólo a veces, decimos la verdad. Y eso casi, casi siempre... sale mal.

Lamento del hijo pródigo de una generación

El romanticismo ha muerto,
mata tú a tu inspiración,
mata lo que llevas dentro,
no hay lugar para esa voz.

Ya no queda de lo de antes,
ya no hay mágica ilusión
no hay promesas abrasantes,
no hay tragedias, no hay color.

Han cesado las campanas,
ya no se oye la canción
que alumbraba las mañanas
y que se comía al sol.

Por los huecos de la carne,
se metió la desazón,
y lo que antes era sangre
ahora es frío y negación.

Llega el fin de la dulzura,
de los versos de pasión,
de los gritos de locura
de las palabras de amor.

¡Fuera! Porque en esta luna
se ha llamado a la razón
se han negado las alturas
y se ha muerto el corazón.

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En mis más oscuras fantasías, esas que no me cuento ni a mí mismo, nunca soy yo, sino otra persona distinta, y me busco por todas partes para poder odiarme con todas mis fuerzas.

Un beso

Un beso. Sólo un beso. Un beso es un sonido que silencia el infinito, y muere presa de su eco mientras grito. Un beso es un pasaje que se adueña de mi celo mientras pasas tus sentidos por debajo de mi pelo. Sólo un beso; que se esconde despacito contra el viento y está atento, haciendo bolsas de deseo, que se lanzan a unos labios, que desprenden ese aliento que hace mares del desierto. Con un beso. Empieza suavemente por la punta de los dedos, y sube abriéndose paso a golpe de hormigueos y cosquillas, que susurran a los brazos que mañana ya no es día si te tengo tras mis labios esta noche con un beso. Sigue lento por el cuello, mientras lima las costuras de mi celo; y termina con un sello que despierta mis sentidos, refugiándose en el aire que despido. Y que pinta sensaciones en el techo, que fulminan las ventanas de mi pecho. Con un beso.

Javier Murcia, Amor en pequeñas dosis

La calle de las ganas de llorar

Son tristes todas las historias que cuentan en la calle de las ganas de llorar, por lo bellas que eran antes del final.

Los tristes edificios que rodean este valle de sueños rotos enmarcan un desfile de corazones destrozados que no saben dónde parar. Sus baldosas son húmedas, brillantes y saladas, y se deslizan a través de los ecos de los besos y caricias que ya nunca volverán. Los portales pintan sonrisas casi olvidadas que recuerdan el principio. Las sombras en las paredes dibujan miradas eternas que se han grabado a fuego y que permanecen en su sitio aún cuando se apaga el día y se acerca la noche, que es larga y viene para despertar. Y en el suelo quedan huellas que marcan mis pasos pasados. Ya he estado aquí, ya he paseado por esta calle y siempre acaba igual. Pequeñito, andando contra el viento, siguiéndome una lluvia de pequeñas gotas afiladas de hielo que caen sobre mis hombros hundiéndome, con el corazón encogido tirando de los labios para enseñar una sonrisa que no es de verdad. Con preguntas y lamentos de por qué he vuelto a esta calle si ya no la quería ver más. Con un puño apretado en el estómago y unos ojos apagados, mirando al suelo.

            Y cada vez que paso por esta calle, la luna se queda un pedazo de mi inocencia, y voy dejando de creer en las mágicas historias que pensé que iban a llegar, y voy creciendo a la vez que encogiendo hacia un destino sin color, sin ilusión, sin todas las cosas que tuve antes del final.

           No sé si la historia acabó antes de empezar, ni cuántas veces más se repetirá. Sólo sé que estoy andando una vez más por la calle de las ganas de llorar.

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Desde que perdí las manos, no puedo dejar de pensar en qué es lo que voy a hacer si llegado el momento quisiera sacarme los ojos o cortarme los pies.

Oda a la angustia

Muerte llaman a la noche,
señora de libertad,
amante esquiva, ramera,
agrio susurro del mar.

Trágico cáliz de bilis,
dices que puedes matar,
ya no quiero tener miedo,
ya no me sale esperar.

¿Y si quiero que me envuelva?
¿Si no quiero despertar?
Si hallo consuelo en la sangre,
si amo a las huellas del mal.

Escucha mi voz, silencio,
dices que puedes matar,
dame, dolor, un suspiro,
dame agonía y piedad.

¡Y ahora cállate, silencio!
Olvídate de tu paz,
haz que se aviven los gritos,
alma, comienza a cantar.

Javier Murcia, La Jaula

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Para ser un artista, el mundo ha de fascinarte o repugnarte. O ambas cosas, en cuyo caso estás condenado a la incomprensión eterna y generalizada.

La isla de Azur

En medio de un tranquilo lago estaba la circular isla de Azur, con no más de quince pasos de ancho y otros tantos de largo. En ella, bajo la sombra de un gran árbol en flor, Azur descansaba sentado con los ojos cerrados. La paz inundaba todo su cuerpo, las flores del árbol acariciaban su piel. La suave brisa viajaba por sus brazos, por sus piernas y sus pies.

¿Qué es la felicidad? No importaba. Azur jamás pensaba en ella, tan solo descansaba sentado con los ojos cerrados mientras la isla yacía a su alrededor. Los sonidos se fundían en un arrullo reconfortante que parecía susurrar su nombre. Notaba la luz en forma de calor en su cuerpo, pero no la veía, pues tenía los ojos cerrados. No precisaba de verla, él era la luz.

Ningún mal sentimiento, ningún pensamiento perturbador. Azur había conseguido ser uno con el mundo y no necesitaba de la lógica y la disertación. No requería de deseos, ni de sueños ni de explicaciones. Azur era simplemente, era tan solo por el hecho de ser, y esa era toda la realidad que necesitaba para completar su existencia.

Un día Azur, sin venir a cuento, sin que aquel día tuviera nada de distinto a los demás, ni ningún detalle que lo hiciera especial, un día abrió los ojos. En ese momento pudo ver la luz, pudo ver las flores del árbol y pudo ver la isla y el lago delante de él. Ese día, en ese mismo momento, en el momento en el que abrió los ojos, Azur se preguntó “¿Qué habrá más allá del lago?”. Y en ese momento, la isla de Azur le empezó a parecer el lugar más pequeño, oscuro y horrible de la Tierra, y desde entonces, no se ha conocido ser humano más desgaciado y miserable que él.